lunes, 19 de noviembre de 2007

Un mensaje

El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra. También nos manda palabras de hermandad y de buena voluntad. Agradecemos el detalle, pues sabemos que no necesita de nuestra amistad. Pero vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego.

Pero... ¿quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?. Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos?. Aún así, trataremos de tomar una decisión.

Mis palabras son como las estrellas: eternas, nunca se extinguen. Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba, es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente.

Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso del potro y el hombre..., todos pertenecen a la misma familia.

Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra, exigía demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos quiere hacer saber que pretende darnos un lugar donde vivir tranquilos. Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día?. Dios debe amar a vuestro pueblo y abandonado a sus hijos rojos.

Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo, y con ellas se construyen grandes poblados. Él hace que vuestra gente sea, día a día, más numerosa. Pronto invadiréis la tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas montañosas, como una inesperada lluvia. Mi pueblo, sin embargo, es como una corriente desbordada, pero sin retorno. No, nosotros somos razas diferentes. Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros nos sentimos huérfanos. Aun así, meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la tierra. No será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.

Nos sentimos alegres en estos bosques. Ignoro el por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. De hecho, los ríos son nuestros hermanos. Nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran alimento. Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Así es, Padre Blanco de Washington: los ríos son nuestros hermanos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos -y en adelante, los vuestros- y tratarlos con el mismo cariño que se trata a un hermano. Es evidente que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Le es indiferente una tierra que otra porque no la ve como a una hermana, sino como a una enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y la abandona. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. Trata a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento- como a objetos que se compran, se usan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Hambriento, el hombre blanco acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto.

Mi gente siempre se ha apartado del ambicioso hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas, son tierra santa y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo, nos es sagrado. No sé, pero nuestra forma de ser es muy diferente de la vuestra. Quizás sea porque soy lo que vosotros llamáis "un salvaje" y, por eso, no entiendo nada.

La vista de vuestras ciudades hiere los ojos de mi gente. Quizá porque el piel roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar desde el que poder escuchar en primavera el brote de las hojas o el revolotear de un insecto. Tal vez sea porque soy lo que llamáis "un salvaje" y no comprenda algunas cosas... El ruido de vuestras ciudades es un insulto para el oído de mi gente y yo me pregunto: ¿qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o el diálogo nocturno de las ranas en un estanque?.

Mi pueblo puede sentir el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, el olor del aire limpio por el rocío de la mañana y perfumado al mediodía por el aroma de los pinos. El aire es de gran valor para nosotros, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos. El hombre blanco parece no dar importancia al aire que respira, a semejanza de un hombre muerto desde hace varios días, embotado por su propio hedor. Pero, si os vendemos nuestra tierra, no olvidéis que tenemos el aire en gran estima, que el aire comparte su espíritu con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento, y recibirá el último. Y el viento también insuflará la vida a nuestros hijos. Y si os vendiéramos nuestra tierra, tendríais que cuidar el aire como un tesoro y cuidar la tierra como un lugar donde también el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre la hierba en la pradera.

Cuando el último de entre mi gente haya desaparecido, cuando su sombra no sea más que un recuerdo en esta tierra -aún entonces- estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos este paisaje del mismo modo que el niño ama los latidos del corazón de su madre.

Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. Soy lo que llamáis "un salvaje" y no comprendo vuestro modo de vida, pero he visto miles de búfalos muertos, pudriéndose al sol en la pradera. Muertos a tiros, sin sentido, desde el caballo de hierro. Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que sólo matamos para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desaparecieran el hombre también moriría en la soledad de su espíritu. Lo que le suceda a los animales tarde o temprano le sucederá también al hombre. Todas las cosas están estrechamente unidas.

Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la Tierra es su madre. Lo que le ocurre a la Tierra también le ocurre a los hijos de la Tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

Nosotros sabemos que la Tierra no pertenece al hombre, que es el hombre el que pertenece a la Tierra. Lo sabemos muy bien, todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. El hombre no creó la trama de la vida, es sólo una fibra de la misma. Lo que haga con ese ese tejido, se lo hace a sí mismo. No, el día y la noche no pueden vivir juntos.

Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el suelo que está bajo sus pies contiene las cenizas de los nuestros. Para que respeten la tierra, contadles que la tierra contiene las almas de nuestros antepasados. Nuestros muertos siguen viviendo entre las dulces aguas de los ríos, y regresan, de nuevo, con cada suave paso de la primavera, y sus almas van con el viento que sopla, rizando la superficie del lago.

Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra tierra. Pero mi pueblo pregunta: ¿qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la tierra, o la velocidad del antílope? ¿Cómo vamos a vender todo esto y cómo vais a poder comprarlo? ¿Acaso podréis hacer con la tierra lo que queráis, sólo porque firmemos un pedazo de papel y se lo entreguemos al hombre blanco? Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el resplandor del agua, ¿cómo vais a poder comprarlo? ¿Es que, acaso, podéis comprar los búfalos cuando ya hayáis matado al último? Consideraremos la oferta. Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra tierra.

Sabemos una cosa que, tal vez, el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es vuestro Dios. Podéis pensar que ahora Él os pertenece, de igual manera que hoy deseáis que nuestras tierras sean vuestras. Pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su amparo alcanza por igual a mi gente y a la vuestra.

Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarán avergonzados. Después de la derrota pasarán sus días en la holganza, y envenenarán sus cuerpos entre comida y alcohol. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas -un par de inviernos- y no quedará ningún hijo de la gran estirpe que en otros tiempos vivió en esta tierra, y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre las tumbas de su pueblo. Un pueblo que en otros tiempos fue tan poderoso y tan lleno de esperanza como el vuestro.

Pero, ¿por qué entristecerse por la desaparición de una nación? Las naciones están hechas por hombres. Es así. Los hombres aparecen y desaparecen como las olas del mar. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común de las cosas. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos...

También los blancos desaparecerán, y quizá antes que otras estirpes. Continuad contaminando y corrompiendo vuestro lecho y cualquier noche moriréis ahogados en vuestra propia suciedad. Eso sí, caminaréis hacia la extinción rodeados de gloria y espoleados por la creencia en un Dios que os da poder sobre la Tierra y sobre los demás hombres. Cuando todos los búfalos se hayan ido, los caballos salvajes hayan sido domados, el rincón más secreto del bosque invadido por el ruido de la multitud, y la visión de las colinas esté manchada por los alambres parlantes, cuando desaparezca la espesura y el águila se extinga, habrá que decir adiós al caballo veloz y a la caza.

Será el final de la vida y el comienzo de otra. Por algún motivo que se me escapa, Dios os concedió el dominio sobre los animales, los bosques y los pieles rojas. Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales ofrece a los hijos en las largas noches de invierno, y qué visiones bullen en su imaginación, hacia las que tienden el día de mañana.

Pero nosotros somos "salvajes". Los sueños del hombre blanco nos están vedados. Y porque nos están ocultos, nosotros vamos a seguir nuestro propio camino. Pues, ante todo, estimamos el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.

Consideraremos vuestra oferta... Si aceptamos es sólo por asegurarnos la reserva que habéis prometido. Quizá, allí podamos acabar los pocos días que nos quedan, viviendo a vuestra manera. Cuando el último piel roja de esta tierra desaparezca y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas orillas y estos bosques. Pues ellos amaban esta tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre. Si os llegáramos a vender nuestra tierra, amadla -como nosotros la hemos amado-. Cuidad de ella -como nosotros la cuidamos- y conservad el recuerdo de esta tierra tal como os la entregamos.

¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Qué ha sido del águila? Desapareció.

Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.

Mensaje del Gran Jefe Indio Seattle al Presidente de EE. UU. (1854), sacado de esta página.



El Jefe Indio Noah Seattle nació alrededor del año 1786. Vivía en la zona que corresponde actualmente con el estado de Washington, en EE. UU. Era el líder de las tribus Suquamish y Duwamish, pueblos que vivían de la pesca en los preciosos ríos y lagos de su tierra.

El Jefe Seattle fue un gran guerrero, defendiendo a los suyos de los ataques invasores de otras tribus amerindias. Era un gran orador e imponía con su altura, 1'82 metros, más alto que el resto de sus congéneres. Su primera esposa murió en el parto de su primera hija y luego volvió a casarse, teniendo más hijos e hijas. A la muerte de uno de sus hijos, se convirtió al catolicismo, hecho que se supone que ocurrió sobre el 1848. Desde el principio, intentó vivir en paz con el hombre blanco y siempre buscó la cooperación entre los dos pueblos. Como jefe, tuvo que negociar la venta de las tierras de sus antepasados, tomando decisiones que no fueron siempre bien vistas entre los suyos. Le tocó vivir una época difícil y algunos le tacharon de cobarde y traidor. Supo ver el poco margen que tenía su forma de vida frente a los colonos blancos y se retiró a una reserva con los suyos, supongo que en el fondo para minimizar los daños.

En 1954, durante las negociaciones con el Gobernador Territorial Isaac Stevens, pronunció un discurso en el que confirmaba la venta de las tierras de los indígenas, conocido como "Respuesta del Jefe Seattle". Fue media hora de intervención hecha en su idioma lushootseed (no sabía inglés). Lo que dijo ese día, quedó para los presentes que conocían el idioma. El discurso se tradujo al Chinook (no se sabe si íntegramente o sólo una parte), y, luego por otro traductor, al inglés. Este discurso fue mencionado por el Dr. Henry A. Smith, que hizo un artículo para el Seattle Sunday Star en 1887 (33 años después). Cierto es que el Dr. Smith estuvo presente cuando el Jefe Seattle dió el discurso, pero también es cierto que el Dr. Smith no conocía el idioma del jefe Seattle y dijo que había hecho el artículo según sus notas. De hecho, esta "transcripción" tiene el lenguaje retórico que utilizaba el Dr. Smith.

Posteriormente, alrededor de 1960, William Arrowsmith, profesor universitario y traductor, hizo una segunda versión más moderna, en lenguaje contemporáneo.

Una tercera versión empezó a circular a finales de los años 1970, alejada ya mucho del original, que fue hecha por el guionista Ted Perry para una película ecologista titulada "Home", en la que se habla del Jefe Seattle como un visionario ecologista. Esta versión del discurso se ha hecho muy conocida entre los movimientos ecologistas y transforma el discurso en "Carta al Presidente de los Estados Unidos". El Jefe Seattle no sabía escribir.

Y, por último, hay una última versión que circula actualmente que es una simplificación de la versión de Ted Perry.

Con tantas versiones modificadas, poco quedará ya de las verdaderas palabras del Jefe Seattle. Desde luego, no hay que negar la belleza que se le ha impreso a sus palabras y que, sin duda, pretenden concienciarnos de la degradación que el progreso produce en la naturaleza. Es un buen fin. Pero no puedo dejar de pensar que se produjo una manipulación a sus palabras, palabras que hablaban calmadamente de la derrota y la claudicación ante el hombre blanco de una forma de vida, de una forma de entender la existencia.

A la ciudad de Seattle, la más poblada del estado de Washington, se le dió el nombre en honor del Gran Jefe Noah Seattle, por recomendación de uno de sus fundadores, David Swinson Maynard, amigo personal de éste.

Estatua dedicada al Gran Jefe Seattle en una fuente de una plaza de Seattle.

Por si os apetece comparar, aquí os dejo las versiones, ordenadas cronológicamente, que he encontrado en Internet.

Primera versión, hecha por el Dr. Henry Smith. Aquí, en inglés.

Segunda versión, hecha por el profesor William Arrowsmith.

Tercera versión, hecha por el guionista Ted Perry para la película "Home". Es la que ilustra este post. Se dirige al Gran Jefe de Washington.

Cuarta versión, modificación de la tercera versión. Está dirigida al Presidente en Washington.



Fuentes: La "carta" la conocí a través de alguien que me pidió que buscara información sobre ella, hace unos 2 ó 3 años. Esa persona la había conocido en un curso de monitores medioambientales. Tirando del hilo, descubrí la historia. Para el artículo, he utilizado la Wikipedia, una página de donde he sacado los enlaces a las dos primeras versiones y otra en inglés que me ha ayudado a organizarme en cuestión de cronología de versiones.

Para rematar, no quiero dejar de poner algunas fotografías de la tierra donde vivía el Gran Jefe Noah Seattle. Todas las fotografías (las de antes y las de ahora) son de Wikimedia Commons.

Lago Virgin



Lago Quinault



El Monte Rainier reflejado en el Lago Reflection


18 comentarios:

flatt dijo...

asi se acaba la vida y solo nos queda el recurso de intentar sobrevivir... me parece que en pocos años a nosotros nos pasará lo mismo. nos estamos cargando el planeta y los bosques y rios desaparecen. a ver lo que duramos así!

Bloggesa dijo...

Razón no te falta.
¿Cómo cambiará el panorama de aquí a 50 años? ¿A 100 años?
No somos adivinas, pero no creo que vaya a mejor...

Un beso, artista.

donde duende??? dijo...

Que resumidito a quedado todo,no???jajajajjaja...lo he tendio que leer en dos tiempos porque sino...no me entero de la movida¡¡¡¡jajajajja...

Besitos y ya queda menos¡¡¡yujuuuuuuu....

Kreus dijo...

Parece que en realidad el gran jefe Seattle se adelantó un montón a su tiempo, y que sus palabras hoy habrían sido recogidas de otra forma.

Y si no al tiempo, que lo serán.

Bloggesa dijo...

Duende, ¿a que está estupendamente resumido? No te quejes, que podía haber puesto todas las versiones enteritas... ¡Que me llevo a Sevilla la libreta de las collejas! Ahora te mando un mensaje diciéndote cuándo llegamos. Beso...

Tale, entonces fue su forma de vida la que se destruyó, hoy es nuestra forma de vida la que estamos destruyendo. Si es que, como pensaban los griegos, el tiempo es circular. Aunque mejor sería describirlo como un búmerang que nos dará una colleja que nos dejará K. O. Un beso.

Anónimo dijo...

Al final el gran jefe indio tenía toda la razón, el hombre ha dejado de sentir que la naturaleza es parte de él, que los ríos y montañas son sus hermanos, que el cielo y el sol no les pertenece, que para vivir y ser feliz necesitamos la armonía natural.
Que hombre tan sabio... no como nosotros que descubrimos después de tantos años la razón que tenía este hombre al que hemos llamado "salvaje" visto lo visto ¿los salvajes no hemos sido y somos acaso nosotros?
Besos

Bloggesa dijo...

Merche, tienes mucha razón. Si no se vive en una relativa armonía y cuidando el medio, estamos condenados a que desaparezca, y es donde vivimos y de donde nos alimentamos.

Pero no quiero que perdáis tampoco la perspectiva de que las palabras del Jefe Seattle fueron manipuladas por el hombre blanco, según los intereses de cada cual, aunque a la manipulación no le falte razón y sea bonita.

Argantonios dijo...

Emocionantes las palabras del gran jefe indio Seattle, fuera o no de que hayan sido adaptadas a nuestra retórica. Debería estar este señor, ya sólo con este discurso, al igual que lo están por ejemplo los filósofos griegos, entre los más grandes del pensamiento humano y ser estudiado como lo son por ejemplo Sócrates, Platón, Descartes... Muy bueno el artículo bloggesa, gracias. Un saludo.

Paco Becerro dijo...

Buenísimo post, como de costumbre. Que vigentes las palabras del jefe Seattle.

- Y por cierto, qué preciosidad de sitio, según las fotos que nos ponen, me han entrado grandes deseos de conocer esa parte de América.

Un beso griposo desde la manta

Mad Hatter dijo...

Es la primera vez que me paso por aquí, pero sospecho que no será la última. Porque antes incluso de empezar con esto del blog ya escribí algo sobre estas famosas palabras del Gran Jefe Seattle y me encantan las historias de indios.
Preciosas fotos, no he estado nunca en esos lugares, a pesar de que voy todos los años a Estados Unidos, me los apunto.
Gracias y un saludo.

Norma dijo...

Vivir en un entorno así nos ayuda a comprender lo que somos, y lo relativo que es todo.

Está claro que el lenguaje está adaptado a la época actual, y un poco manipulado también, pero el fondo sigue siendo el de una persona sabia, en comunión con la naturaleza, que ha entendido que no somos más que hormigas. Hormigas presuntuosas, por desgracia.

Genial post, bloggesa! A sus pieses manchegos!!!! :)

Argantonios dijo...

Aunque, por moda, sobre los celtas se haya hablado mucho y por supuesto no sea todo cierto, hay que decir que también fueron muy respetuosos con la naturaleza, y veían al romano como el indio vio al europeo. En ese sentido siempre identifiqué mucho a los indios norteamericanos con los celtas, aunque tuvieran orígenes culturales tan distintos, ahí está el episodio de Axtérix y Obélix haciendo amistad con los indios que lo prueba jaja....igual no venía muy a cuento, pero quería comentar ese paralelismo entre dos pueblos muy en armonía con la naturaleza y que son muy admirables en ese sentido y en otros muchos...........Hablando de indios, saludos de otro indio, así nos llaman a los aficionados del Atlético de Madrid ;-)

Bloggesa dijo...

Argantonios, me da en la nariz que el Gran Jefe Seattle jamás se hubiera considerado filósofo, ni naturalista, ni nada por el estilo. Tan sólo un indio que ha vivido como le enseñaron a vivir. Un beso.

Futuro Bloguero, el artículo es largo pa tapar, pero es que merecían la pena tanto las fotos que pensé que no os importaría. Son una preciosidad.
Si eres contagioso no voy a poder pedirte a SS.MM. los RR.MM. Aunque lo bueno es que no tengo anginas que se me hinchen... No sé, no sé, lo pensaré.

Mad Hatter, bienvenido seas a éste tu humilde blog. La única regla es... que no te cortes en corregirme y que no tengas vergüenza en aportar información, vamos, que se permiten los comentarios-post. Un abrazo.

Normaaaaa, holaaaaa. ¿Hormigas? Ellas trabajan por un bien común. Yo diría que somos microbios de las patas de las hormigas, les vamos mordiendo los tobillos para que caigan y poder comérnoslas. Jolín, me ha salido una imagen inquietante. Gracias, guapa. Besos.

Argantonios, los pueblos prehistóricos o en el límite (creo que tanto unos como otros, sin tener lenguaje escrito, sí tenían símbolos con los que se podían comunicar, de esto sabrás tú más), vivían de la tierra, de los animales, el grado de transformación de la naturaleza era mínimo y tenían que vivir en armonía con el entorno para no desequilibrarlo. También eran agrupaciones poco numerosas de personas, reunidas más por clanes y afiliaciones familiares, con lo que el impacto medioambiental no sería ni medible.
Es significativo las palabras de: Soy lo que llamáis "un salvaje" y no comprendo vuestro modo de vida, pero he visto miles de búfalos muertos, pudriéndose al sol en la pradera. Muertos a tiros, sin sentido, desde el caballo de hierro. Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que sólo matamos para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin animales?.
Es que se cae por su propio peso. Un beso, muchacho.

Argantonios dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Argantonios dijo...

Hola de nuevo bloggesa, en lo de que Seattle nunca se hubiera considerado un filósofo, estoy totalmente de acuerdo, pero por eso mismo lo es de verdad 100%. Ese discurso, más o menos retocado como seguro está, se puede considerar pura filosofía, al menos en mi opinión, aparte de que algo importante que suele caracterizar al buen filósofo es ser un visionario, y éste lo ha sido totalmente. Y también estoy de acuerdo contigo bloggesa en lo de que está claro que ese naturalismo o esa vida en armonía con la naturaleza era algo en común a muchos pueblos de la antigüedad, no sólo al celta, claro está, y por supuesto a todos los de la prehistoria, era su modo de vida, pero vamos, simplemente usé como ejemplo el de los celtas por ser más cercanos en espacio y tiempo a nosotros y por el paralelismo que te digo de indio-hombre blanco y celta-romano. En lo único que no estoy de acuerdo es en que yo sepa más que tú de todo esto bloggesa, sólo soy un aficionado ;-) . Enhorabuena por estos artículos tan majos, un saludo bloggesa :-)

Bloggesa dijo...

Eres un piropeador de tomo y lomo, Argantonios, tú sí que sabes cómo tratar a una dama. Pero yo también soy una aficionada, que las clases de historia se me quedaron atrás hace muchos años y tengo que refrescar (o volver a aprender, más bien) conceptos e historias de las que tengo vagos recuerdos.
El paralelismo entre indio-hombre blanco y celta-romano es innegable, hombre blanco-romano parecen elefantes entrando en una cristalería, por hacer un símil suave.
Un abrazo, Argantonios.

Argantonios dijo...

Tú te mereces todo eso y más bloggesa ;-) jaja...un saludo y buena comparación esa de elefantes entrando en una cristalería

Bloggesa dijo...

Argantonios, picaruelo, que me vas a poner colorada...