domingo, 29 de abril de 2007

Novecento, la leyenda del pianista en el océano

Principios del siglo XX, el puerto de Boston.


Un niño fue abandonado sobre el piano de cola del salón de baile de primera clase del trasatlántico Virginian. Recién nacido, tenía diez días lo más. No lloraba, estaba callado con los ojos abiertos, en una caja de cartón, con una nota que ponía T. D. Lemone. Hacían esas cosas los inmigrantes, y no por maldad, sino por pura miseria. Pasajeros de tercera clase, inmigrantes europeos en busca de fortuna en América. Fue abandonado en primera clase con la esperanza de que alguna ricachona se apiadaría de él y le daría una vida mejor. Danny Boodman, maquinista del barco, le encontró y lo adoptó, porque para él T. D. significaba Thanks Danny. En el único gesto egoísta que se le conoció, puso su nombre al niño y, para darle señorío, añadió Novecento, por ser encontrado el bebé el año 1900. Danny Boodman T. D. Lemon Novecento vivió y creció en el barco, al margen de registros y normas.


Pasaron ocho años, casi una década, y Danny Boodman sufrió un accidente en el barco y, tras tres días de agonía, murió riendo mientras su hijo Novecento le leía los nombres de los caballos de un periódico. El capitán del barco tomó la decisión de que, en el próximo atraque del Virginian, desembarcarían a Novecento para que se hicieran cargo de él las autoridades portuarias.


Pero el día del atraque no encontraron al niño por ningún lado. La mar ya se sabe que es traicionera y, oh dios, tal vez cayó por la borda. Todos tenían el corazón en un puño. Les dolía la desaparición de Novecento porque se habían acostumbrado a verle corretear por el barco. Y así, semanas después y sin ninguna noticia de él, tuvieron que volver a partir.


Cuando no se veía ya la costa, cuando lo único que alumbraba la noche eran las luces del barco y las estrellas del cielo... se empezó a oír la música de un piano...






Novecento se quedó en el barco. Siguió creciendo, se convirtió en adulto y en pianista. Pero no pianista de música normal de teclas normales, sino en pianista de la música que baila Dios cuando no le ve nadie. Pianista de jazz.


Tim Tooney, trompetista, es contratado para tocar ahí arriba, en el trasatlántico, en la Atlantic Jazz Band. El primer día en alta mar, tropiezan con una tormenta que hace balancearse al barco como si fuera de papel. Tim vaga por los pasillos, porque no quiere morir en su camarote como una rata, pasando más tiempo por el suelo que de pie. Y le encuentra así Novecento, que va vestido de frac, sin moverse un mílimetro en aquella tormenta del infierno.


¿Y qué haces cuando alguien, en mitad de una tormenta, con dos kilómetros de agua bajo tu trasero y a dos segundos del próximo ataque de vómito, te dice "ven"? Haces lo único razonable en ese momento: ir.






Novecento no ha bajado nunca del barco, jamás ha pisado la tierra, pero conoce todos los lugares del mundo, todos los olores del mundo, porque lo ve en los ojos y lo oye en las historias de los pasajeros. Toca para la primera clase, toca para la segunda clase, pero baja también a la tercera clase, donde se hacinan los inmigrantes y toca para ellos y ellos tocan sus instrumentos para él, y le cuentan sus vidas, sus pequeñas historias, sus recuerdos y sus anhelos. Y Novecento sabe cómo es estar en tierra firme, porque lo a visto a través de los ojos de un inmigrante. Y sabe lo que es la esperanza, el amor y el miedo, porque lo ha visto en los ojos de los inmigrantes.






Y todos los que viajan en el barco dicen que Novecento es el mejor pianista del mundo, sin haberlo pisado nunca. Y el mejor pianista de tierra firme, el que dicen que es el inventor del jazz, Jelly Roll Morton, se harta de oír historias sobre un tipo que sólo toca cuando tiene todo el océano bajo su piano y decide embarcarse para un duelo, un duelo de pianistas. El ganador será considerado el mejor del mundo. Y basta ya de historias.


Cuando zarpan y ya no se ven las luces de la costa...






Morton toca un ragtime que suena a las faldas susurrantes de un burdel, donde hasta la del guardarropa es guapa, notas que se deslizan, como un vestido de seda en un cuerpo de mujer.


Novecento no sabe qué es un duelo. ¿Qué más da quién sea el mejor? A él no le importa. Toca una canción que le oyó a un inmigrante, una canción de cuna que no puede sacarse de la cabeza y le emociona hasta las lágrimas.


Jelly Roll se siente defraudado y toca un blues capaz de hacer llorar a un maquinista alemán, las notas contienen toda la tristeza de los negros recogiendo algodón.


A Novecento le ha parecido sublime lo que ha tocado Morton. ¿Qué va a tocar? La misma canción... ¡era tan hermosa!


Jelly Roll más que ir al piano, se abalanza sobre él. Y toca una obra maestra, todo lo que se puede hacer con un piano de ochenta y ocho teclas, a una velocidad endiablada. Juegos de manos, magia de verdad.


Novecento se acerca al piano. Ha descubierto lo que quiere Morton. La gente le abuchea. "Te lo has ganado, pianista de mierda".






De América a Europa, y de nuevo a América, y otra vez hacia Europa, y así una y otra vez. Y, un día, Novecento toma una decisión. En tres días el barco atraca en Nueva York y ese día bajará a tierra firme. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Nada, sólo quiere bajar...


... y hasta aquí puedo contar.




Motivación: "Novecento. La leyenda del pianista en el océano" de Alessandro Baricco. Editorial Anagrama, Editorial Amaranto. Es una obra de teatro, un monólogo. Pero no como los monólogos de ahora, sino un monólogo teatral de verdad que te transporta a otra dimensión, donde los personajes son uno sólo y mil a la vez. Y, para ilustrar, encontré los vídeos. La película no la he visto, pero está dirigida por Giuseppe Tornatore, que, para mí, es una garantía de maestría. Y puestos a confesar, tampoco he visto la obra teatral. Pero ha sido representada por la compañía Tanttaka Teatroa, por el actor Kike Díaz de Rada, de la que he visto imágenes y te atrapa (actor, texto y obra) desde el primer momento. Sí que he leído el texto, y lo regalo y lo recomiendo a mis amigos. Se ríe y se llora con él. Es simplemente una maravilla. Tal vez el artículo no cuadre con la película, porque me he basado en la obra de teatro. Que lo hayan disfrutado.

8 comentarios:

Bloggesa dijo...

No sé por qué me han desaparecido todas las alineaciones que tenía en los textos. Estoy mirando e intentándolo cambiar.

Perdonen por las molestias y, espero, en breve estará todo arreglado.

Anónimo dijo...

ES MUY CURIOSO, PERO LO QUE MAS ME SORPRENDE ES QUE ESTAS MUY PUESTA EN TODO LO QUE TOCAS Y ADEMAS TIENES UNA GRAN CAPACIDAD DE INVESTIGACION. GUADIANA.

Bloggesa dijo...

Guadiana, lo que tengo es una capacidad de cabezonería y tozudez que se sale. Gracias por el cumplido. Besote.

Meg dijo...

Yo sí he visto la película y es muy buena. Tanto que dan ganas de llorar en determinados momentos. Te animo a que la consigas, porque si te ha gustado el libro, la peli también.

Bloggesa dijo...

Gracias, Meg, haré por conseguirla. Si no has leído el libro, te lo recomiendo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

d al cuadrado.

la he visto varias veces y en cada una me descubro, y me escondo.
la mas bella y mas impactante en lo que va de mi vida. felicidades y gracias a los autores.

Bloggesa dijo...

Anónimo, sí que vi ya la peli y no está mal. Como crítica, no le llega ni aproximadamente a la genialidad de Cinema Paradiso del mismo director, y el libreto de la obra es mucho mejor que la peli. Hay pocos libros que emocionen y Novecento lo hace cada vez que lo leo.
La peli, en definitiva, me decepcionó un poco.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Yo la he visto y es estupenda. Hay una escena memorable en una noche de tormenta en alta mar donde Tim Roth y el trompetista parecen bailar subidos al banquito del piano con ruedas y van meciendose al vaiven de las olas sobre una superficie de un precioso parquet decorado del salon de baile vacio.